El 28 de febrero de 1854 moría SIMON RODRIGUEZ, discípulo y maestro de Simón Bolivar (tal como el mismo se hacía llamar).
Volver a aquellos grandes educadores nos permite reflexionar sobre la educación presente; más aún en estos días, en que los docentes de la educación pública se encuentran en paro...siglos atrás Simón Rodriguez, aspiraba a que existiese una verdadera educación popular, con auténticos maestros, para lo cual no dejaba de tener en cuenta las condiciones laborales de los mismos, recalcando la importancia de una remuneración adecuada, porque la educación debía tomarse con total seriedad.
Compartimos un texto que compila sus ideas, presentes en algunos de sus escritos sobre EDUCACIÓN POPULAR.
América Latina debe pensar por sí misma;
y esta proyección ha de ser lograda por una nueva educación. Una educación para el pueblo, para todos. Y “todos” refiere no menos que a los marginados, victimas del viejo orden colonial, rompiendo con las rígidas costumbres educativas, pobres y rudimentarias.
¿Por qué pardos o morenos serían menos acreedores de la educación que los niños blancos? ¡Si en ellos está la patria!
El elitismo de la educación ha fecundado niños en nuestras repúblicas solo para y por la clase influyente; esa es una enseñanza superficial, la que es olvidada ni bien se aprende, porque su objetivo no es formar al pueblo, solo pretende instruir futuros letrados. Educar no es instruir. Instruir es útil, porque es la ignorancia la causa de todos los males. Pero esta instrucción debe estar acompañada por la educación social.
Por educación popular entiendo una formación donde se enseñan los preceptos sociales, a vivir socialmente. Los niños deben aprender que la sociedad debe ocupar el primer lugar en el orden de sus atenciones; deben aprender el común sentir de lo que conviene a todos.
La Primera Educación merece una gran importancia y seriedad; todos los niños la necesitan, porque sin tomar en ella las primeras luces es el hombre ciego para los demás conocimientos. Y es el maestro, por excelencia, quien puede y debe inspirar a uno, y excitar en otros, el DESEO DE SABER. Porque no solo es el dueño de los Principios de una ciencia o de un arte, sino también es quien, transmitiendo sus conocimientos, sabe hacerse entender y comprender con gusto.
Allí no se encontrarán aquellos para los que enseñar es hacer trabajar la memoria; sino los que saben explotar el entendimiento de nuestros niños. Los nuevos maestros serán los que acudan al magisterio por vocación, y por ello serán íntegros e incorruptibles. A estos hombres de mundo los debe distinguir el espíritu social, un conocimiento práctico del pueblo. Debe ser auténtico, debe saber lo suficiente, pero nunca dejar de aprender de su discípulo. Puesto que con cada hombre que nace hay algo nuevo que aprender. Ese es el dogma de la vida social: hacer continuamente la SOCIEDAD sin alguna esperanza de acabarla. Por ello, el maestro enseñará a los niños a ser PREGUNTONES, para hacerles emplear el entendimiento, porque no se trata simplemente de transmitir conocimientos; al contrario enseñar es hacer comprender.
El maestro nuevo será un genio popular, aficionado a la invención.
EDUCARÁ CON DIVERSIÓN,
orientando el ánimo de los niños para recibir las mejores impresiones. El nuevo maestro debe pintar a los ojos de los niños los pensamientos y resucitar las ideas sepultadas en el papel, dando sentido a los conceptos, y así enseñará a escribir y a leer a nuestros futuros hombres.
Además, el estudio sin práctica es vana erudición. Los maestros deben poder hacer converger la enseñanza con el trabajo productivo, porque de lo que se trata es de educar para defenderse en la vida, de enseñar oficios primarios indispensables para vivir en sociedad. Pues, los principios están en las cosas, y con cosas se ha de enseñar a PENSAR: haciendo trabajar los sentidos.
Que los niños miren, oigan, huelan, gusten y toquen; más aprende así que conversando con su maestro sobre abstracciones superiores a su experiencia.
La educación tendrá entonces como tarea principal formar la conducta social, malograda con el mero hecho de acumular conocimientos.
Todo ello es responsabilidad del maestro: colonizar el país con sus propios habitantes.
Y así ¡que los PUEBLOS se erijan en naciones!
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